La Vía de la Plata V


Mérida. 

Ya se contemple a Mérida como el destacado punto céntrico de la vía, 
situado entre el tramo sur y el norte de la misma, ya como arranque del 
tramo norte, se muestra doblemente afectada por el tema de la Vía de la 
plata. 

Lo hemos comprobado en algunos testimonios arriba citados, pero 
añadamos el de Tomás López de fines del siglo XVIII. 
“...advierto que desde Mérida sale el camino de la Plata, que comienza 
desde el puente que está sobre Guadiana...”. Y también: “De Mérida sale 
el Camino de la Plata, sigue los montes de Cornalbo”. 

No puede apurarse más aquí el tema del agua del agua, pues, aparte del 
puente del Guadiana por el sur, está el del río Albarregas por el norte, al 
que se ha de asociar el soberbio acueducto de Los Milagros, tan próximo, 
y que aporta a la ciudad el agua del embalse de Proserpina. 
Hasta coincidían, al menos a simple vista, la vía y el canal, hacia el sitio 
denominado Calvario, para entrar en la ciudad. 

Foto: Alcazaba, Mérida.


Situándonos, pues, en Mérida, como a contracorriente del Canal de 
Proserpina y al origen de la Vía de la Plata, sector norte, vemos cómo 
coinciden y se cruzan ambos en la parte opuesta, ya cerca del río. 
Ahora bien, la larga calle que acompaña al canal en largo tramo hacia 
Proserpina y aun le corta varias veces, lleva justamente nombre de Calle 
del Palo. Ya suponemos lo que ha de significar en este caso el nombre. 
Palo es aquí el precedente del extinguido *palata, del cual, de forma como 
inevitable, deriva plata en cuanto relativo al “agua”. 

Pero no hemos de cerrar el trabajo sin volvernos a la justificación del 
nombre, es decir, a la base que hubo de fundar la denominación: por qué 
precisamente el agua desempeñó de hecho la función de bautizar una 
calzada más bien que no los varios factores, que han sido aducidos 
ocasionalmente para explicar el nombre de Plata. 

Para llegar a respuesta sólida tenemos que remontarnos a la historia y a 
las concepciones celto-romanas que un día presidieron sobre el terreno. 
Es bien sabido que los celtas veneraban al agua como a una diosa, como 
se deduce de la misma hidronimia: río Deva (“divina”) en femenino, que 
suele ser el género de sus nombres de ríos. Fuensanta, Fonsagrada, 
nombres que ya nos llegan como aceptados y transmitidos por el latín. 
Pues también el romano participó de aquella veneración, como se deduce 
de múltiples indicios, como, p. ej., la concepción del puente como bello, 
además de útil, con algo como de templo, en el que a veces campea el 
nicho para la imagen del dios, en una especie de desagravio por haber 
pasado por encima, dominando a la diosa. 

Se han recogido aras votivas a las Ninfas Caparenses en la terma romana 
de Baños de Montemayor (Cáceres) por tanto en la misma vía. Aras, que 
deben de ser como exvotos en agradecimiento a curaciones y beneficios 
conseguidos. En León citamos la dedicación a las ninfas de la Fuente 
Amevi. En Zamora, en Alcañices, una aldea dividida en dos barrios por una 
arroyo, se llama Ceadea, (Cea-dea) obviamente “Cea diosa”. 
Los hispanos, que, en cuanto celtas, poseían de por sí aquel culto, 
hubieron de sentirlo reforzado con la práctica romana, de modo que no 
fue nada fácil a los cristianos desarraigarlo por completo a lo largo de 
siglos. Un S. Martín de Braga, en el siglo VI, aún deberá predicar contra la 
costumbre de encender cirios junto a rocas, árboles y fuentes.

Más que desarraigarlo, el cristianismo lo canalizó en particular al culto de 
la Virgen, de la cual se llegó a decir en Francia: Pas de Sainte Vierge sans 
fontaine, lo que podría valer también para España. Porque son incontables 
las ermitas de la Virgen que aparecen como inspiradas por el culto a las 
fuentes. 

Concretamente cerca de Mérida y en margen del Guadiana, pero en 
sentido oeste, no sur, en ramal hacia Badajoz, llamado reiteradamente 
Camino de la Plata por el geógrafo Tomás López (Extremadura, 1798) 
menciona él mismo tres ermitas, que son Cubillana, Perales y Rivera. 
Todas ellas están dedicadas a la Virgen mientras que los topónimos 
derivan de radicales hidronímicos, algo bien explicable aquí, sobre la 
margen del río. 

En cuanto a Cubillana parece haber sido anteriormente Cauliana, nombre 
del monasterio visigodo, que fue, y también compuesto prerromano y 
aun, posiblemente, conciliable con Cubillana. 

El radical keu-, keub-, es hidronímico, de donde río Cubo (Liébana). Perales 
encierra el compuesto hidronímico reduplicativo, radicales per-, al-, 
mientras que Rivera es evidente hidrónimo. Remitimos a nuestra obra En 
torno a los Picos de Europa. I. 

Sin embargo de todo, así como es obvio, que la vía se denomine por el 
agua cuando camino y río marchan a la par, incluso aun prescindiendo del 
carácter sacral del agua, no parece que haya de ocurrir lo mismo cuando 
la vía discurre lejos del río, por sagrado que este sea. 

No obstante, se ha de pensar en los puentes, por su figura que invade y 
sujeta la corriente mediante la vía y que debían de proyectar su función 
largamente sobre el camino caracterizándolo, sobre todo los grandes 
puentes. El foco de caracterización que es el puente proyecta su 
transfiguración del camino en uno y otro sentido, quién sabe hasta dónde. 
En cierto modo hasta los extremos claramente perceptibles del camino, 
que lo serán más y más, aunque lejanos, cuanto más destacada sea la vía y 
más notorios los destinos de ella por su importancia. 

Pero no solamente la margen del río, ni el puente influyen en la 
caracterización de la vía, sino la mera vista del agua, si, en realidad de 
verdad, la corriente es concebida como una diosa.

Vitruvio recomienda que el templo construido junto al camino esté 
orientado al mismo, para que, al pasar, el viandante pueda dirigir un 
saludo al dios. 

En tanto que la vía en alto transcurra a la vista del río, - y ¿cuando no, si 
tenemos en cuenta las corrientes transversales, aparte de la principal, 
longitudinal?- resulta como interpelada por la diosa. Lo podríamos ilustrar 
con el ejemplo de iglesias emplazadas en alto, en una asomada sobre el 
valle recorrido por la corriente de agua, iglesias que, a juzgar por su 
titular, parecen haber sustituido algún precedente culto al agua que se 
hubiera desarrollado antaño en aquel lugar, un tema en sí mismo, no del 
todo ajeno al de la Vía de la Plata. 

Foto: Piedras labradas en Jarilla

En fin, se ha descubierto en el Collado de piedras labradas, en Jarilla 
(Cáceres) un templo romano que, se piensa, estuvo dedicado a alguna de 
las fuerzas de la naturaleza, allí admirable. Estaba muy próximo a 
captación de aguas para el abastecimiento de Cáparra, ciudad romana 
situada en la Vía de la Plata por el mismo Flórez, y aquí a la vista, en 
espléndida panorámica. Si, en consonancia con las conocidas inscripciones 
a las ninfas de los Caparenses, descubiertas en el cercano Baños de 
Montemayor, ese templo hubiera estado dedicado al agua, nuestra 
interpretación actual no dejaría de recibir el más insospechado remate. 
Desde los primeros tiempos de la Vía de la Plata, durante el imperio 
romano, el carácter sacral del agua, heredado de los celtas y reforzado 
por los romanos, pudo trasmitirse a la misma vía por ella denominada. 
Quién sabe si fue la reminiscencia de lo sagrado la que ha podido dictar 
aquel elogio singular: “por la cual era tan santo el caminar que solo ella 
era el Salvo conducto de los Pasajeros”, como escribe Jerónimo de la 
Concepción en el siglo XVII. 

Nota: Próxima etapa, viernes 4 de abril.